viernes, 13 de noviembre de 2009

Entre andenes...


A veces me pregunto cual es el trabajo de los taquilleros del metro. Vender billetes desde el interior de una jaula de cristal. Que monótono y sencillo parece. Además, ¿quién compra billetes al taquillero cuando hay una máquina? Maldita tecnología. Hoy mismo cuando me iba a sacar el billete se tragó 10 € y luego me dice que no acepta billetes de 50 €. El sarcástico amasijo de hierro expendedor de billetes me la había jugado, pero las cosas no iban a quedar así.

Por suerte para mí los taquilleros de metro aún no han sido sustituidos por esas latas de atún caducadas. El hombre le dio su merecido destripándola en busca de los 10 € "extraviados". Me recordó a un dentista malvado buscando una carie con todo el ansia de "no" hacernos daños. Por desgracia no lo encontró y se puso a rellenar una hoja de reclamación mientras atendía a las personas que esperaban detrás de mí. El dentista se había convertido en un malabarista que mantenía la calma y el control sin sudar una gota. Yo le miraba atónita. Me di cuenta de dos cosas: que el trabajo de un taquillero no es sencillo y que los hombres sí que pueden hacer dos cosas (bien) a la vez.

En la cola de la taquilla de la proeza sincronizada había dos chicos hablando de cómo quemaron la cena de la noche anterior. "Spaghettis ardiendo y reduciéndose a ceniza. ¡Algo nunca visto!" Y que lo digas... ¿utilizaron aceite de coche en vez del de oliva?

Al hacer transbordo me crucé con alguien que no conocía pero recordaba haber visto antes. O quizás simplemente me acordé del oso hormiguero otra vez. Demonios, debería abrocharme bien el cinturón antes de que el tren llegue a hacer el looping.

Karma·

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